domingo, 31 de octubre de 2010

La intelligentzia argentina, by Lupus



Collage de Lupus, de efecto pavoroso. Los temibles personajes son fácilmente reconocibles y están ordenados alfabéticamente.

domingo, 24 de octubre de 2010

Livianos


Un par de comentaristas del último blog calificaron como un clásico wanderiano la frase: “Para subir al cielo hay que estar livianos”. Esta afirmación, en el marco del diálogo acerca de la oración que venimos sosteniendo, creo que merece un post.

La primera asociación que me viene a la cabeza es con una frase del Señor que aparece en San Mateo: “Ustedes quebrantan el mandamiento de Dios por sus tradiciones”. La referencia, claro, es a las tradiciones que los judíos habían agregado a su religión: abluciones, filacterias, ayunos, comidas, etc. Estaban pesados. No podían elevarse.

Yo me pregunto si muchas veces no nos sucede lo mismo a nosotros, pesados como estamos por la excesiva carga de nuestras devociones. La semana pasada un lector español nos adoctrinaba con el mensaje que el Sagrado Corazón le había dado a no sé qué beato; he escuchado en más de una ocasión a sacerdotes de la Fraternidad otorgarle, en los hechos, casi el mismo estatus a los mensajes de Fátima que a la Palabra revelada; sin el escapulario del Carmen, difícilmente nos salvaremos y, ahora que está de moda, debemos ser adoradores en alguna capilla de adoración perpetua. Los sacerdotes del Opus nos enseñan que tres son los pilares sobre los que descansa nuestra salvación: dirección espiritual, misa diaria y confesión semanal. Y a eso añadamos la medalla milagrosa, los primeros viernes, los cinco sábados y los siete domingos.

A veces nos sucede que con las devociones hemos sustituido a Cristo. O, de otro modo, descansamos en la espiritualidad y no en Cristo. Nuestra religión termina siendo el cumplimiento prolijo de nuestras devociones y el respeto puntual de nuestras espiritualidades -es decir, en nosotros mismo-, y no la contemplación de Cristo. La espiritualidad y las devociones terminan siendo consideradas como fin y nos obstruyen la visión de Cristo.

Soy consciente de que hay que ser cuidadoso, porque podemos –una vez más-, arrojar al niño con el agua sucia. Quiero decir, uno de los principios del protestantismo, es este mismo: sólo Cristo y yo, sin devociones intermediaras y, también, sin hombres intermediarios. Fuera, entonces con la espiritualidad -sólo la Biblia-, y fuera también con la Iglesia como estructura. Ciertamente, no esto lo que quiero decir. Pero me parece que debemos estar ligeros de equipaje para subir más rápido. No sea que el escapulario nos oculte a Cristo.

lunes, 18 de octubre de 2010

El resto fiel




Aunque más de una vez lo he escrito, no está demás insistir en la dinámica que tiene en ocasiones este blog. A partir de un post, que muchas veces destaca un aspecto de la cuestión y omite otros que la complementan, los comentarios tienden a equilibrar recordando lo que no ha sido dicho. Por ejemplo, en el post anterior quizás se acentuaba demasiado una postura de algún modo quietista, pero vinieron los comentarios de Lupus, del Coronel Kurtz y de Gelfand para equilibrar. Algo así como un movimiento dialéctico en el que yo propongo la tesis, los comentaristas la antítesis y, de ese modo, logramos la síntesis.

Había quedado pendiente el tema del lugar de la Iglesia en el mundo que ahora quiero proponer a la luz, nuevamente, del cardenal Newman.

Recuerdo que, cuando era adolescente, me devoré los dos tomos de las obras completas de Hugo Wast. Uno de los escritos que más me gustó y que leí varias veces –creo que se llamaba Una ciudad en estado de gracias-, era el relato del congreso eucarístico del ´34. En la Argentina alfonsinista, esa memoria de cincuenta años atrás era el sueño de un país donde la religión católica se enseñoreaba sin discusión. ¡Si todo Buenos Aires estaba rendido a los pies del Santísimo cuando era conducido por el cardenal Pacelli! Viví mi adolescencia y mi juventud embriagado en esos anhelos de triunfalismo cristiano, y no me arrepiento. Es, o era, lo que correspondía en esa etapa de la vida.

Pero ahora, como Newman, desconfío de las esperanzas de resurgimiento religioso o de los sueños de una patria católica. El cardenal confesó “ser suspicaz respecto a cualquier religión que se presente como la religión de un pueblo o de una época”. Más bien por el contrario, “el símbolo de la verdadera religión es la luz que brilla en la oscuridad”, y “aunque sin dudas hay temporadas en la que surge un repentino entusiasmo por la Verdad… también tal popularidad de la Verdad es repentina, va y viene, sin crecimiento regular ni estancia duradera”.

Toda la Biblia, desde los profetas hasta el Evangelio, está recorrida por la idea del resto fiel o el pequeño rebaño. Pocos eran los que le creían a los profetas y pocos fueron los que le creyeron al Señor. Y si hoy Él volviera, es muy probable que la mayoría de los cristianos lo rechazara como antes hicieron los judíos. No sé bien por qué ni desde cuando, pero estamos matrizados con la idea de un cristianismo mesiánico y cuasi temporal, en el que las naciones sean católicas, y desde sus gobernantes hasta el último de los súbditos esté sometido al poder de Cristo. Algo así como Franco entrando bajo palio y el cardenal Gomá saludando con brazo en alto. La idea, reconozco, es atractiva, pero ¿es cristiana? No estoy tan seguro que sea eso lo que quiere el Señor.

Como dice Newman, a pesar de la gran influencia positiva del cristianismo debe admitirse que la multitud de los hombres “ha permanecido, desde el punto de vista espiritual, igual que antes”. Es triste, pero es un hecho: “la naturaleza humana permanece como era, aunque se haya bautizado”. El verdadero triunfo del Evangelio es elevar a los elegidos, que son unos pocos, a la santidad”. El resto, como dice San Mateo, “escuchan pero no oyen; miran pero no ven”, y esto ocurría cuando el mismo Verbo les hablaba. No pretendamos que ahora sea distinto cuando el que habla es Bergoglio. Si se demostrara que el cristianismo no es más que una fábula, para la mayoría de los cristianos, la cosa no cambiaría en nada; seguiría todo igual puesto que “ellos no van tan lejos como para tener amor por la religión”.

Es que “es cansador para el hombre natural servir a Dios con humildad y en la oscuridad”. La religión es para pocos; el resto fiel, los elegidos.

(Algo así decía Kierkegaard. Que nos lo explique Ruth).

jueves, 14 de octubre de 2010

¿Greenpeace anaranjado?


Hay un tema recurrente que, de tanto en tanto, aparece y siempre encuentro algo para agregar a la reflexión que, en mi caso, no tengo aún del todo resuelta.

El disparador fue, esta vez, lo sucedido en Paraná en el encuentro de las mujeres autoconvocadas. En esta ocasión no sólo existieron agresiones verbales sino también físicas como lo relata una de las víctimas y puede leerse en este link.

Me parece admirable el empeño y constancia con el que un numeroso grupo de mujeres católicas argentinas concurren año a año a esta asamblea en la que desagua el miasma más fétido del país. Hay que tener valentía y estómago. Pero, ¿por qué lo hacen? No creo que se trate por una defensa biológica de la vida, algo así como “ecologistas por la humanidad” o Greenpeace de la raza humana. La mera defensa de la vida por la vida misma generalmente convierte a los defensores en adherentes a la religión de la vida y no a la religión del Logos Divino, y terminan transformados en talibanes biológicos, que usan rosarios y frases piadosas pero que, en realidad, han cambiado de fe. Inconscientemente han dejado de adherir a la fe sobrenatural para volcarse a una meramente natural, en pos de la cual son capaces de entregar su vida. Sin mucha diferencia con los activistas de Greenpeace que se cuelgan de los buques balleneros, a riesgo de su integridad física, para impedir que maten a los simpáticos cetáceos.

Creo que “nuestras” mujeres lo hacen por convicciones religiosas sobrenaturales. Pero, me pregunto, ¿es lo adecuado? ¿Sirve para algo? ¿Vale la pena?

Ya discutimos algunos aspectos de este tema en ocasión de la aprobación del sodomonio, cuando una muchedumbre anaranjada invadió la plaza del Congreso, manifestación que fue previsiblemente inútil. En esa oportunidad convenimos que, a pesar del previsible fracaso, era necesario salir a la calle. Con respecto al caso de las féminas autoconvocadas, no me interesa plantear aquí su utilidad. Particularmente, considero que es una pérdida enorme de energías y de recursos para nada. Pero, como siempre advierto, puedo estar equivocado y me postura es discutible.

Me interesa, en cambio, aportar otro elemento a la discusión de fondo: la naturaleza del apostolado en nuestros tiempos de apostasía. Hace ya casi tres años publiqué un post acerca de la concepción de Ronald Knox sobre este tema. Él afirmaba que su misión era la de ser el cayado del pastor y no el anzuelo del pescador. Es decir, el apostolado consistía en conservar lo que se tenía (el tene quod habes de la carta a los filadelfios en el Apocalipsis), y no en hacerse responsable, y tratar de pescar, a cuanto descarriado andaba suelto.

El Cardenal Newman dice algo similar en el segundo tomo de sus Sermones Parroquiales. El Evangelio persuade a través de los sacramentos y de “la vida de los hombres buenos, como testigos visibles y representantes de Aquel que es la Persuasión misma”. Es decir, lo que persuade y convierte es Cristo -los sacramentos- y mi testimonio de “hombre bueno”. No lo hacen mis acciones apostólicas incluyan éstas, o no, piñas, sopapos e insultos. Como el mismo Newman dice en otro de sus sermones, esta vez del primer tomo, Jesús habló de “que el Evangelio se predique, no como medio de conversión, sino para ser testigo en contra del mundo”.

En los tiempos actuales -al menos-, creo que nuestra función como cristianos consiste en ser testigos del Testigo fiel, y no en convertir a los prójimos, tarea para la cual somos inútiles. Ya pasaron las épocas de los apostolados de masas y de las búsquedas de conversiones en racimo merced a coloridos autos de fe, llámenselos á estos como se los llame. Si alguna vez fue lícito bregar por triunfalismos de la fe –cosa que dudo-, hoy, ciertamente, dejó de tener el menor sentido.

(Me doy cuenta ahora que este es, en realidad, el tema de fondo: el lugar de la fe y de los cristianos en el mundo. Será para el próximo post).

Sucede con mucha frecuencia, y más de una vez me ocurrió a mí, que consideramos que seremos verdaderamente religiosos, es decir, fieles a Cristo, si nos sacrificamos y hacemos este tipo de apostolados barulleros. Pero, como escribía el beato Newman, “no nos hacemos religiosos por expresar sentimientos religiosos” o, lo que es lo mismo, por dar vivas a Cristo Rey en una procesión o estamparle un bofetón a un marxista o a una abortista. La religiosidad consiste, fundamentalmente, en la obediencia a Dios que se traduce, en gran medida, en obediencia a sí mismo. Ser lo que somos, es decir, cristianos. Esa es la verdadera religiosidad.

P.S. descolocado: Se sugirió en Chile que la mina San José fuese convertida en santuario. El presidente Sebastián Piñera dijo: “Los santuarios son para los santos. Aquí construiremos un memorial”. Nuestro Cardenal Primado, en cambio, reconoce el “santuario” de Cromañón, enviando regularmente a alguno de sus obispos paniaguados a celebrar misa en el lugar del martirio de los testigos de la cumbia. ¡Piñera cardenal!

P.S.: Si a veces tardan en publicarse algunos comentarios es porque Blogger los manda a la bandeja de Spam, y tengo que ir a rescatarlos.

jueves, 7 de octubre de 2010

Los límites


En los últimos días los católicos argentinos hemos sido golpeados nuevamente merced a nuestros pastores. El sitio Panorama Católico Internacional hizo pública la sentencia de un juez civil en la que se condenada a una mujer por injurias graves contra su esposo, verosímilmente a raíz de conductas adúlteras cometidas con su párroco quien, un año después, fue consagrado obispo auxiliar de Buenos Aires.

No me interesa discutir en este lugar si el adulterio quedó efectivamente probado en la sentencia, o si sólo se probó la injuria. Más allá de ser un tema muy serio, está siendo ya tratado en otros ámbitos.

Tampoco me interesa hacer leña del árbol caído, o inclinado. Quizás el p. Sucunza tuvo un mal día, o lo encegueció la pasión, o la mujer era una artera provocadora de la concupiscencia clerical. Y Dios me libre a mí cometer cosas peores.

Lo más grave de todo me parece -cuando no-, la voluntad de Su Eminencia y sus secuaces de promover al episcopado a un sacerdote que venía con ese problemita, y cual no era sólo conocido por su confesor o comentado por sus parroquianos, sino que se podía desprender con cierta facilidad de una sentencia judicial. Como dice un amigo cura, el sacramento del orden no sana los defectos, sino que los intensifica. Por eso en los seminarios se considera, o se debería considerar, que si el muchachito no ha superado sus problemas de castidad luego de los tres o cuatro años del ciclo de filosofía, no debe ser admitido a las sagradas órdenes puesto que, si llega al sacerdocio, su situación no mejorará y, probablemente, empeorará. De un modo análogo se podría hablar del orden episcopal. Si un cura tiene debilidad por viudas jóvenes y esposa descocadas, lo ideal sería que lo mandaran de capellán de monjas viejas y bigotudas, y no que lo hicieran obispo.

Sin embargo, toda esta situación me ha dejado un gusto amargo. Y no sólo por un nuevo, y es ya el enésimo, file en el prontuario episcopal argentino, sino por la oportunidad de la denuncia pública de PCI. No me cabe duda que el editor del sitio ha necesitado de una buena dosis de valentía y discreción para decidir publicar el caso. Pero, ¿era realmente oportuno? No me cabe duda alguna que, cuando hay víctimas de por medio, la denuncia debe ser hecha sin remilgos. Sería el caso, por ejemplo, de un cura manifiesta y probadamente pederasta o, si quieren, efebofilo, para usar la distinción vaticana. Se trata de una flagrante injusticia cometida contra un inocente por alguien que tiene ascendiente sobre él y de quien es muy difícil defenderse. Pero en este caso, luego de diez años de ocurrido el hecho y con la única víctima ya muerta, no estoy tan seguro de la conveniencia de la publicación.

Me parece, sí, definitivamente un error utilizar este dato para extorsionar. Ni aún la aplicación del Motu proprio y la autorización para la celebración de la Misa Tridentina justifica este tipo de conductas. Más de una vez hemos afirmado en este blog la esclarecida frase de Ludovicus: ¡Es la liturgia, estúpido!; pero no a toda costa. Es decir, hay límites. Es decir, el lugar común y la práctica consuetudinaria de los jesuitas según la cual el fin justifica los medios, es discutible.

Insisto en que el editor de PCI merece mi confianza y siempre se expresa de un modo claro pero moderado. Y no dudo que ha sopesado cuidadosamente todos los aspectos de esta difícil cuestión antes de decirse a dar a conocer públicamente el caso. Pero me quedan mis dudas. ¿Cuáles son los límites?