domingo, 29 de agosto de 2010

Surrealismo teológico, by Lupus


Alentado por el último planteo de Wanderer, sumamente atinado y creo que compartido por todos, me atrevo a extenderlo hacia las consecuencias de nuestras meditaciones y conversaciones, o sea, los efectos de nuestros cruces cuando incursionamos en temas que incluyen tanto la actualidad como la ultimidad. Para decirlo brevemente: cuando analizamos el mañana a la luz de lo que pasa hoy, nos rompemos la cabeza tratando de dilucidar cómo debemos actuar, dónde y de qué manera estar o presentarnos. Sabemos lo que somos, lo que deseamos y lo que rechazamos, pero no sabemos qué hacer. Por mi parte, no estoy seguro de que podamos saberlo, incluso no estoy seguro de que debamos saberlo.

No es que esté mal estrujarnos el seso tratando de resolver estas cosas, pero primero debemos resolver si no hemos elegido ya, un poco inconscientemente, la mera acción de estrujarnos el seso. Es decir, si frente al caos no nos dejamos llevar por una nueva debilidad: la de convertir en acción contemplativa una suerte de reflexión monotemática de lo que se debe hacer y decir, la cual deriva, rápidamente, en un menú de lo que no se debe hacer ni decir. Y que se documenta (pues facilita las cosas) en un largo catálogo de ejemplos distintivos o, mejor dicho, distintos. A nosotros.

Amén de que somos fabulosos gambeteadores, el problema que ahora me inquieta es éste: que cerramos el círculo volviendo al punto de partida, pero esta vez con el peso sobrevaluado de las macanas de los demás y de nuestras precisas deducciones al respecto, y eso acaba determinando el planteo original, en el sentido de que lo cambia, lo reacomoda, lo ajusta a nuestro mero parecer y a nuestras pasiones menores. En el atelier hacemos el esbozo del cuadro hasta que nos parece bien: las siluetas en carbonilla se ajustan a lo que tenemos en mente. Luego nos sentamos a contemplar lo que hicimos y damos comienzo a nuestro viaje mental preferido: qué rostros corresponden a esas siluetas y qué colores corresponden a ese cuadro. A poco o mucho andar, el cuadro se convierte en un pastiche. No digo siempre, digo a veces. Pero lamento añadir que me parece comprobar una tendencia.

Volvemos de nuestro viaje cargados con rellenos para las siluetas y baldes de todos los colores, y vamos de nuevo hacia el cuadro con esos complementos: los rostros de los pecados ajenos y los colores precisos de nuestros razonamientos. No importa si el esbozo primero no se adecúa a esa nueva carga: el color es más fuerte que la carbonilla y al fin de cuentas el pintor soy yo, así que completo las siluetas con los rostros que elijo, aliviado por la maldita contraparte seductora de la primera persona de todos los verbos. Este usurero es aquel tipo con el que comercio, aquel hereje es este tipo con el que converso. El progre, allá; el adúltero, ahí; el cobarde, ése. Y sí, a ustedes ya los definí mediante mi turismo impoluto: vos sos el ignorante, vos el traidor y vos la imbécil. No importa si ustedes no son lo que yo creo. Tampoco importa si lo son y pueden corregirse. Ni siquiera importa si son tal como yo supongo y juzgo, pues lo que a mí me conforma es saberlo y decirlo. A la hora de dar color, si el verde resultó gris de tanto paletearlo o el amarillo me salió patito y con eso desfiguré la realidad que quise pintar, no es culpa de mi incapacidad. Lo que yo defino en mi mente es lo que fijo en mi cuadro. Es mi cuadro y todo lo que contiene está a mi merced, aunque yo quede a merced de mi cuadro y encerrado en la soledad de mi atelier, ahíto de mi obra. Surrealismo intelectual y teológico, bajo la apariencia de un arte mayor, el de las certezas indubitables. Luego, como el cardenal Pirulo ocupa todo el ancho de banda, mi radio de acción es reducido, y ni mi propia esposa me da pelota... ma sí, salgo a cazar brujas y a cerrar capítulos escolásticos.

Me parece que nos estamos acostumbrando a mirar la historia bajo una sola dirección: los hombres vamos hacia el fin. Poseídos por esta ruta única, nuestras propias cualidades y conocimientos son incuestionables e insuperables. Lástima que nos sirven únicamente a nosotros. Me arriesgo a decir que en el fragor cotidiano de esta embestida descuidamos algo mucho más importante: que el fin viene hacia nosotros. El movimiento es doble, histórico y metahistórico. La historia se adelanta hacia su término porque la eternidad se arrima, se introduce más y más en nuestro movimiento. Por eso nos volvemos "locos", nos desquiciamos, nos dividimos y al fin nos acusamos: el misterio invisible y desconocido se extiende sobre la realidad visible y conocida, pero nosotros sostenemos, fatuos y distraídos, que todo lo bueno posible depende de la dirección y la velocidad que le imprimimos a nuestra marcha por la ruta de la historia. Y, naturalmente, consideramos sólo las dimensiones temporales: lo que está “adelante” no está a nuestro lado, lo que está “abajo” no está a nuestras espaldas... en fin, vemos lo que estamos acostumbrados a ver.

Creemos (lo decimos siempre) que la historia está “acelerándose”. No se puede negar que algo de eso hay, o bien que eso al menos es lo que sentimos. Sin embargo, mientras el hombre avanza volviéndose cada vez más malo, Dios retorna no sólo para abreviar la maldad, sino para instalar ulteriormente Su bondad. Pero, a la vez, el Malo se “apura” para llegar antes que Dios... Todo eso escapa, indudablemente, a nuestras experiencias y conocimientos, y hace que la realidad humana y física se torne algo extremadamente distinta a lo que hemos conocido hasta ahora. Quizás no sea tanto que la historia se está acelerando, sino más bien que la historia se está deteniendo, y lo que viene desde “adelante” o desde “abajo” empezó a operar sobre ella, sobre la historia, con una fuerza tan insólita, y ciertamente tan desconocida, que hace que nuestras percepciones y deducciones deambulen ebrias, medio al boleo, sin encontrar camino seguro, y al fin choquen entre sí. Quizás (digo: sólo quizás) estamos viendo correr el paisaje hacia atrás mientras permanecemos inmóviles. O mejor dicho, ensimismados. Que es como nos quiere el diablo: abismados en la contemplación de nuestra propia contemplación. Ajenos al otro.

El sostén esencial y seguro de la caridad es, en cambio, la contemplación del fin y del retorno, esa cima inexpresable. A la vez, la contemplación del fin y del retorno preserva y acrecienta nuestra caridad, esa virtud inexcusable. Hagamos lo que hagamos (amar, procrear, criar, enseñar, trabajar, dirigir, proteger, corregir, resistir), no es “poco” ni “mucho”, está por encima de esas categorías provisorias: es suficiente y estará a la medida de nuestras pobres fuerzas si lo disponemos como ofrenda a Dios, que viene hacia nosotros, y al servicio de quienes están con nosotros. En otras palabras: el retorno de Cristo en el día final de la historia nos pide nuestro propio retorno a Cristo antes de que llegue ese día.

La cristiandad permanece viva y activa mientras podamos seguir concibiéndola y actuándola –a medida que vamos hacia el fin y el fin viene hacia nosotros– en su esencia y su forma elemental, que es la del amor a Dios y al prójimo, y aun cuando ya no encontremos para ella una forma de realización práctica, política. Sabemos que la vida apostólica no consistió tanto en la refutación del error y la detección del mal cuanto en la predicación de la verdad y el amor entre hermanos. ¡No digo que hay que dejar de combatir el mal y refutar el error! Digo que somos sabios de una sola sabiduría, tan cierta hoy como en los viejos tiempos: el Rey vuelve para establecer definitivamente su Reino. Y el Reino, al ser predicado, refuta de por sí la predicación del mundo.

La predicación del Rey y de la vida futura es el sustantivo de la vida cristiana. Es lo que le da sentido a lo que hacemos y decimos, y es lo que nos lleva a hacer y decir cosas que tengan sentido y resulten significativas para los demás. Entre ellas, quizás la primera, trabajar con mayor esmero y humildad las siluetas de todos nuestros planteos, o en todo caso probar un par de autorretratos antes de avanzar sobre los cuadros. No demorarnos tanto con nuestros rellenos y colores. ¡No digo "nunca", sino "tanto"! Es conveniente disponernos a la contemplación del misterio que avanza sobre nosotros y sobre la historia. El cálculo de la población del infierno es una tentación fatal que provoca pereza y confusión. El anticristo no va a ser más (ni menos) que un tapón, una muralla cruel, una fosa intentada, un abismo imposible. Terrible pero breve, nunca victorioso. Por eso, no debe prevalecer el horror del mal en nuestro testimonio. Debemos ser capaces de palabras y actos como anticipos del bien que anhelamos, sobre todo. ¡No digo “nada más”, digo “sobre todo”! El aumento del horror nos debe proporcionar una doble medida: por un lado, la del peso inmenso del diablo y del pecado en este mundo, y por otro, la del poder infinito de Dios, el alfa y omega que abre y que cierra la historia, cuya sola Presencia desvanecerá aquel peso y devolverá la salud al cosmos y a los seres.

Previamente un dolor y una tristeza y un crujido inimaginables, sí, pero luego el nuevo cielo y la nueva tierra que nos trae el Rey en su regreso y en los que participaremos festivamente. No sabemos qué, ni cómo, ni cuándo, pero sabemos que ya, ahora mismo, simplemente es y está en camino. Estemos atentos al establecimiento de la última oscura Babilonia, sí, pero sabiendo que ella será arrasada por la gloria de la Ciudad celestial. Hay que creerlo, decirlo y actuarlo sin restarle una pizca, con nuestras definiciones y sentencias, de su magnitud de misterio. Todas las palabras de hombre están pasando ya; sólo tendrán sentido las que sirvan al Verbo y sean una sola y misma cosa con nuestra propia y pequeña vida. Los espíritus más fogosos, en todo caso, deben entender que ésta es la principal causa de enemistad con el enemigo verdadero. Si algo no tolerará, hasta el último instante de su terrible y absurda pretensión, es nuestra fe en que Cristo vuelve. Pues lo que se aproxima es lo que mejor nos aproxima. Lo que se acerca, la verdadera victoria, es lo único que nos mantiene cercanos.

Lupus

martes, 24 de agosto de 2010

Celso, el precursor


La aprobación del sodomonio dejó muchas enseñanzas y experiencias que merecen ser capitalizadas. Una de ellas fue el desenmascaramiento definitivo de la prensa y su patente posicionamiento a fin de que todos podamos saber, por si nos quedaban dudas, acerca de qué lado están y estarán.

Uno de los mensajes que quedó claro es que los ultra-católicos, es decir, los que se oponían a la legalización de la perversión, son un claro peligro para la convivencia democrática, el respeto a las minorías y el ejercicio pleno de los derechos humanos. Es decir, podemos ser católicos y profesar nuestra fe siempre y cuando la misma no vulnere los derechos fundamentales que la humanidad ha conquistado en los últimos tiempos. ¿En qué se traduce esta disposición? Por ahora, en que oponerse al sodomonio es oponerse al principio de igualdad que rige para las minorías sexuales; dentro de poco, que el respeto a esas mismas minorías, y a cualquier otra, exigirá que los católicos no impidan que un travesti enseñe en colegios religiosos, o que una mujer sea ordenada sacerdote o que un sacerdote no pueda casarse. Es cuestión de deducción lógica, y de tiempo. En el fondo, lo que se esconde es la determinación de que los católicos serán admitidos en el seno de la sociedad civil tal y como hoy está constituida, siempre y cuando se integren plenamente a ella, lo cual implica decir, siempre y cuando acepten todos y cada uno de sus principios y leyes.

Nada nuevo bajo el sol. En el año 178, Celso, un filósofo pagano, escribió contra los cristianos un libro titulado Discurso verídico, en el que atacaba la nueva fe que se había expandido por el mundo civilizado de la época. El librito habría pasado sin pena ni gloria, si no hubiese sido porque, más de cincuenta años después, Ambrosio, amigo y mecenas de Orígenes, le pidió al eximio maestro de la escuela de Alejandría que lo refutara. Y así nació del Contra Celso del gran Orígenes. De entre las muchas cosas que dice el escrito de Celso, quiero destacar lo siguiente: él no rechaza todo lo que enseña el cristianismo, sino que aprueba varias cosas de la nueva religión y, por eso mismo, no tiene inconveniente en que los cristianos sigan existiendo, a condición de que renuncien a su aislamiento político y religioso y se sometan a la religión común de Roma.

Casi un calco de lo que sucede hoy. Cualquier político y periodista podría firmar ese capítulo del Alethés logo de Celso: los católicos pueden seguir existiendo en nuestra civilización a condición de que se integren plenamente a la sociedad, lo cual significa que acepten y colaboren eficazmente en todos los postulados que ha impuesto la religión común democrática en la que vivimos, comenzando, en este caso, por el respeto a las minorías. Si esto no ocurriera, y en nombre de la nueva civilización que la humanidad ha alcanzado, los católicos no deben ser permitidos puesto que implican un peligro para la convivencia y para la estabilidad del sistema. Por eso mismo, y a fin de que no corrompan con sus ideas a los niños, no podrán educarlos en colegios propios e, incluso, el Estado podrá sustraer los hijos a los padres para que sean educados en los principios de la religión común (Recordemos que varios medios objetaron que los menores fueran con sus padres a las marchas contra el sodomonio. De ahí a que se comience a cuestionar la patria potestad, no hay mucha distancia).

En fin, podríamos seguir previendo lo que vendrá. Pero no hace falta tanto ejercicio de imaginación. Más fácil, vayamos a algún libro de historia o preguntémosle a Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano o Diocleciano.

sábado, 21 de agosto de 2010

Varia


1. Con respecto al post Pequeños paganos. La entrada generó una discusión interesante e impensada de mi parte, además de encendidos ataques hacia el Wanderer, en comentarios y por mail, porque quiero fomentar una religiosidad natural entre los jóvenes en vez de la religión verdadera, y no sé cuántas cosas más. Debo admitir, sin embargo, que me ha llamado la atención la falta de comprensión lectora de muchos comentadores. Minerva Mcgonogall (más que la bruja de Harry Potter debería ser la Cachavacha de Hijitus) se entretuvo reprochándome porque yo le hablo a mi ahijado del pecado y no del amor de Dios. ¿De dónde sacó tal cosa? Jamás en el post mencioné tales temas. Algunos, enfurecidos, afirmaban que debía llevar a mi ahijado a misa, como si yo tuviera patria potestad sobre el jovencito. La discusión se planteaba acerca de la actitud que debía tomar con un ahijado a quien veo dos veces por mes y sobre quien no tengo imperio de ningún tipo. Otros despotricaban sobre mi idea de recomendarle lecturas de Tolkien y Lewis. No me parece que sería muy exitoso si, a un mocito de trece años cuya vida transcurre entre la Play Station, el rugby y el Discovery Channel, lo incentivara a leer la vida de San Luis Gonzaga y Santo Domingo Savio. En fin, me parece hay mucha falta de sentido común dando vueltas por ahí.

2. Con respecto a las Cartas avunculares, me quedó picando el afán de conocimiento claro y distinto que manifiesta el amigo Gelfand a fin de determinar quién se salva y quién no, acerca de un tema –el del limbo-, sobre el cual no hay acuerdo unánime en la Tradición y, que además, es bastante reciente: el que lo “inventa” es San Agustín. En fin, la cosa es que ayer leía el sermón de Newman sobre la Eucaristía, y me parece que echa un poco de luz en esto. A mí nunca me terminaba de cerrar que había que acercarse a recibir el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor quien se encuentra presente en la comunión bajo los accidentes del pan, aunque la sustancia es la misma persona divina. Por cierto que lo creía, y lo creo, a pie juntillas y ni se me ocurría dudar de eso, pero tanta racionalidad aristotélica me sofocaba. El cardenal Newman dice: “Todo lo que sabemos, y todo lo que tenemos necesidad de saber, es que Él se nos es dado en el sacramento de la Eucaristía”. Ça suffit! No sé cómo, sólo sé que Él viene, y con eso basta.

3. Escuché un rumor la última semana: el Papa intervendría la Orden de Predicadores debido al desastroso estado en que se encuentra. No le doy el menor crédito al comentario, aún viniendo de gente seria. Pero me puse a pensar, y se me vino a la cabeza una imagen: en la cosecha de algunas frutas, como la ciruelas, se espera a que éstas caigan del árbol y es entonces cuando pasan los cosechadores levantándolas del suelo y así, hacen tres o cuatro pasadas, hasta que, cuando ya quedan pocas, se remecen con fuerzas las ramas del frutal a fin de que caigan todas. ¿No será necesario dar el último remezón en la Iglesia, y que caigan todos los que tiene que caer, aunque queden apenas dos o tres ciruelitas colgando? Si así fuera, esperemos ser nosotros de estas últimas.

Ya sé, el trigo y la cizaña…

lunes, 16 de agosto de 2010

Cartas avunculares de dos diablos


Lupus me envío este intercambio de correspondencia: un diablo tío le escribe a su sobrino, y el diablillo sobrino le responde a su tío diablo.
Aquí van las dos:

Querido Orugario:

Tus noticias desde la Argentina no pueden ser más desalentadoras. Dirás que nuestro Padre tiene que estar contento porque allí los homosexuales consiguieron su ley y ahora pueden casarse.

Es cierto, la noticia debería haber producido alegría. ¡Pero no lo ha hecho! Ocurre que tu habitual apresuramiento provocó lo que nadie aquí quería que ocurriese: los seguidores del Innombrable, a quienes teníamos hace años anestesiados en sus casas, sólo cuidando a sus mugrientas crías y yendo los domingos a sus cada vez más despoblados templos, han reaccionado. ¡Y todo por tu estupidez! ¿Acaso era tan difícil seguir las instrucciones del Manual de Iniciación Diabólica? Cualquier aprendiz se hubiera dado cuenta que, llevando las cosas un poco más despacio, ninguno de estos aburguesados católicos habría levantado jamás la voz públicamente. ¡Te felicito, querido sobrino! La tenías fácil en un país insignificante, y lograste lo que ninguno de los sucesores de los sucios pescadores consiguió jamás en la Argentina: unir a los que ellos llaman “sus ovejas”. ¿No advertiste que, aparte de que habíamos conseguido que fueran cada vez menos, los teníamos divididos en infinitas cofradías, fundaciones, ONGs y partidos?

Tendrías que haber visto la cara de nuestro Padre cuando observaba lo que estaba pasando en Argentina. Tú sabes lo que le molesta que los pestilentes humanos se unan, y más aún cuando dicen que lo hacen por amor al Innombrable. ¿No recuerdas que en su paso por ese maldito planeta, cuando concretó la descabellada idea –que tanto irritó a nuestro Padre- de convertirse en uno de esos despreciables seres, con cuerpo y todo, Ese decía que si dos o más se juntaban en su nombre, él estaría allí? ¡Ya sé que es otra de sus mentiras! Pero no te imaginas lo que significa ver desde aquí a todos esos católicos juntos. Miles en cada ciudad, por el país entero, hablándole todo el tiempo al Innombrable y a su Madre. Hubo aquí escenas de pánico, muchos desmayos y diablos vomitando detrás de las columnas de fuego. No sé cómo te salvarás del merecido castigo cuando vuelvas.

Lo importante ahora es ver el modo de revertir la situación. Te repito que todo esto empañó hasta el mismo triunfo del 15 de julio. Y ¡por favor!, ni se te ocurra sugerir otra vez aquella estupidez de apurar otras leyes para contentar a nuestro Padre ¿No ves acaso que están organizándose? Pueden ser zonzos, pero no tanto como para no darse cuenta que si están unidos van a ser más fuertes.

Tienes suerte de que yo sea tu tío. Si sigues mis consejos, quizás puedas atemperar un poco la ira del Benigno. Manos a la obra, no hay tiempo que perder. Supongo que podrás comprender bien las siguientes consignas, sólo porque son muy sencillas.

Entre estos católicos debe haber algunos que hace tiempo vienen ocupándose de estos asuntos que apestan, y que ellos llaman “vida” y “familia” (algunos tienen una perseverancia increíble para ser criaturas de carne y hueso). Seguramente haya otros que recién ahora han despertado (la tibieza es una de las características salientes de estos engendros de materia y espíritu) y se sienten valientes cruzados por haber emprendido esto que ellos llaman “una batalla”. Habrá, también, algunos más efervescentes y otros más sosegados. Unos, finalmente, propondrán cierto plan de acción, que no será enteramente del agrado de otros, por más que todo confluya a lo mismo. Debes explotar al máximo las diferencias, y convertirlas en cuestiones de vida o muerte. No sabes qué ciegos se ponen cuando, como en este caso, creen estar actuando para lo que ellos llaman “el bien”.

Como recién están conociéndose, todo será suspicacia. Cualquier palabra podrá ser interpretada –si te esfuerzas un poco y tienes habilidad- en el peor de los sentidos posibles. Te sugiero que fomentes entre ellos la utilización del correo electrónico. ¡Qué gran invento de nuestro Padre! Allí los humanos se sienten impunes e inexpugnables. Desde allí pueden decir cosas que jamás dirían en una carta y, mucho menos, por teléfono o en persona. Y tiene la velocidad del rayo. Una verdadera joya de la economía diabólica: toda la furia del Infierno desatada con sólo un click.

Sería magnífico que instalarasentre ellosla idea de que,si no se ponen de acuerdo en todo, no es factibleacción conjunta alguna.Si puedes –aunque no sé si estoy pidiendo mucho para tu probada ineptitud- deberías promover la realización de una reunión general, con la excusa de conocerse y organizar mejor la “resistencia”. Cuando todo esté en marcha, tendrás que hacer surgir el problema de la fecha –siempre hay alguien que no puede concurrir por compromisos anteriores- y sugerir otra fecha alternativa. De allí a la propuesta de dos reuniones distintas hay un paso. La combinación de las dos terapias -recuerda: suspicacia y desinteligencias- es una fórmula infalible. A partir de eso, todo será diversión y ganancia, hasta para un diablo bobo como tú.

Pero no te confíes. Algunas veces existen interferencias entre nosotros y los humanos, y nuestras sugerencias no llegan a destino. Todavía no hemos podido enterarnos de la naturaleza de estas interferencias. Nuestro Padre sospecha de la madre del Innombrable, y no sin motivo. Siempre anda cuidando a esos que denomina con apestosa ternura “sus hijos”, y en cuanto alguno la llama, corre presurosa a auxiliarlos y todo se va al Ángel. Es imprescindible que evites la intervención de esa Señora. Los hombres son muy impresionables y volubles, y carecen de verdadero orgullo. Con cualquier excusa sentimental empiezan a pedir perdón, a ceder en sus vanas exigencias y a arreglar las cosas para mal nuestro.

Salvo esta ayuda –que no es tan infrecuente como desearíamos- debes tener presente que los humanos siempre son lo suficientemente tontos como para caer en nuestras tentaciones, por más que el engaño salte a la vista, y por más que el encargado de tentar sea un diablo torpe, como pasa aquí.

No dejes de mantenerme al tanto de lo que vaya ocurriendo. Nuestro Padre está muy interesado en el tema, y es tu última oportunidad de salvar parte del pellejo.

Tu cariñoso tío.

Escrutopo.


Y EL SOBRINO, QUE DE TONTO NO TIENE UN PELO, LE RESPONDE:

Mi apetecible tío

He recibido tu misiva, mediante la cual pones ante mí, sin ninguna clase de eufemismos, el juicio que te han merecido mis últimas actuaciones en esta esfera. Colijo que aguardas ahora un informe más extenso de mi parte para presentar ante la sede de nuestro Señor. Es lo que haré, y éste es el comienzo del mismo.

Lejos estoy de oponerme a una perspicacia tan antigua como la tuya, pero debo pedirte que en esta ocasión sofrenes tu rabia y prestes la debida atención a mi respuesta, a fin de que a ambos nos sea propicia tu embajada ante la Suma Oscuridad.

Aunque comprendo tu urgencia, debes saber que mi labor en medio de estas asquerosas criaturas ha sido tan, pero tan minuciosa, que sólo a costa de graves daños podrán salir de las emboscadas futuras que les he preparado, si es que salen. Marchas y reuniones, psss... Hemos soportado a sus apóstoles, sus apologistas, sus ermitaños, sus monjes, sus conversos, sus reyes, emperadores, cruzados, artistas, filosófos, poetas, teólogos, sus odiosos mártires y santos, todas esas nefastas sucesiones de hombrecitos y mujerzuelas que sorprendieron nuestro negocio y trataron hasta con la sangre de desbaratarlo. ¿Voy a temblar ahora por unos cuantos miles enarbolando banderines y carpetas?

Con todo respeto, mi delicioso tío, llevas tanto tiempo practicando tu capitanía de balcón que ya no adviertes, al otear las distancias, los millones de matices que puedo manipular cuando estos seres se amontonan nada más que para soltar algunos gritos. Me divierto mucho cuando se exponen a ese amasijo de emociones: es fácil acariciar la epidermis de la turba, explotar sus sensaciones, desplazar y hacer tambalear la base de sus afectos. Luego (tendrías que verlo), en el apuro por recuperar el control, se refugian en los formalismos, fingiendo cordialidad. Cuando menos, es una ocasión apropiada para que empiecen a perder de vista las causas mayores.

Tantos vericuetos, viejos y nuevos, tiene el alma humana... Ignoras el volumen de mi experiencia. Debo confesarte algo: a veces los toco con el único propósito de aprender. ¡Cómo disfruto! No te sorprendas: si bien yo no cambio, la realidad de estas bestias sí, y muy rápidamente. Por eso permanezco cerca y vigilante. Todo lo observo, todo lo aprovecho. Con los Ritos de Consumación nos fue inculcado que muchas veces basta con empujarlos en una determinada dirección, que después ellos siguen solos. ¿Lo has olvidado tú, mi sabrosísimo pariente?... Llevo una inmensidad de días terrestres tentando sus miserables almas, y con tantas argucias como las que observé en estas curiosas entidades, tú y yo deberíamos retirarnos a un aposento íntimo durante un largo ciclo cósmico para que recién empieces a saber de qué te hablo. Has perdido finesse, sutileza. Mi especialidad, en cambio, es sazonar cada bocado.

Atinadamente señalas una cuestión específica pero no alcanzas a ver los frutos de mi labor en ese sentido. Dices que el Innombrable les prometió estar presente cuando se junten en su nombre, y es cierto, eso es lo que creen. ¿Sabes qué hago yo? Dejo que lo nombren. Así de simple es mi renovadora idea, y la estoy llevando adelante con una firmeza de la que tú pareces carecer. Que lo nombren, que se pongan cruces, que bailen y canten, que hagan manifestaciones, lo que quieran. Cuanto más los saco de sus templos y sus inmundas capillas, mejor. Allí no sé qué hacen, mi única información es lo que escucho. Pero acá son ingenuos y vanidosos; rápidamente se ven atraídos por todos los cebos que les pongo. De este lado están satisfechos y aturdidos. Y solos. Mi objetivo se cumple: que pongan adentro lo que obtienen afuera, nunca al revés. Cuando se aplica la misma modalidad en sus roñosas guaridas familiares, el rédito es excelente.

Eso que me cuentas de los peones del ultramundo vomitando por la mención del nazareno y de su madre es un precio que debemos pagar. Yo llevo eones trabajando en este despreciable lugar como para que me afecten las debilidades de tu apoltronada soldadesca. Piénsalo así: ¿qué zona o sector importante del mundo perdió nuestro Reino últimamente como para que nos importunen dos o más reunidos del modo que les aconsejaron? Está a la vista que ellos mismos vaciaron sus signos. Reconozco que algunas criaturitas permanecen atentas a este tipo de cosas, e incluso estoy un poco preocupado por ese horrible viejo de pelo blanco... pone un fuerte empeño en recuperar los significados, ¡a la edad que tiene! Pero ya me estoy ocupando de él, como sabrás. Cumplo con mi responsabilidad. En cambio tú no dejas de mostrarte irritado y obtuso. No estoy seguro de que me entiendas: a mí ni siquiera me disgustan las cruces, hasta tengo algunas decorando las paredes de mi actual mansión. Como objetos, no dejan de inspirarme.

Fíjate en esto, irascible tío: hay quienes lo nombran a Ése para ponderar “males menores” y otros que recomiendan ser más disimulados para no “mancharlo”, o para ser más “vivos” que nosotros y nuestros asociados. ¡Mira tú esa astucia! ¿Supones que yo intervengo allí? Siempre quedan en evidencia las razones ocultas de sus corazones. Ellos creen que todavía pueden entenderse con el mundo. ¿Dime tú cómo harán, si hace rato les quité la posibilidad de gobernarlo? El trabajo que resta ahora no es mucho. Se las apañan, sin ayuda de mi parte, para contradecirse y confrontar por trivialidades, descuidando las cosas importantes. Parece un disparate, pero debes creerme: les interesa ser geniales y que los aplaudan. Les agrada reunirse, hablar y parecer. Son legalistas, aborregados, jactanciosos, “civilizados”. (Eso de la civilización es algo que me dediqué a cultivar: fue de gran utilidad para abolir sus hediondas tradiciones.) Si escucharan un disparo, no quedaría una boca abierta en la cercanía. No es necesario aún, y hago todo lo posible para que no llegue a serlo. No me importa que mueran como ratas –llevo una cuenta precisa de las despedidas que quedan a mi cargo–, pero esa posibilidad la tengo asegurada en manos de una exquisito elenco de mascotas a nuestro servicio, asesinos, traficantes, delincuentes, lujuriosos, drogones, etc. Mientras la servidumbre del Infame siga llamando “combate” al toma y daca mental de corto alcance, no tenemos de qué preocuparnos. Nada de lo que hacen es un obstáculo para que nosotros sigamos adhiriendo gobiernos y perforando a la masa.

Haz bien tus cálculos, tío mío: ¿cuántas hojas quedan cerca del árbol cuando golpea el vendaval? Eso es lo que significan estos entes para mí: hojitas crujientes en manos de los elementos (sobre los cuales, te comento, ejerzo cada vez mayor control). Lo cierto es que el viento de esta época está formado en gran parte por sus propias palabras. Ellos mismos se dispersan, yo soplo muy de vez en cuando. Que hablen, que se exalten, que tengan sus cinco minutos de gloria, que practiquen olas y loas por el testimonio que dieron. ¿A mí qué? Los tengo bajo rienda floja, arrobados por esa melopea. ¿Qué pueden contra mí esos perritos del galileo? ¿En qué dañan mi imperio sobre este zoológico?

Distintas eran, claro, aquellas bestias que se plantaban con los dientes cerrados y no dudaban en poner cuerpo, alma, bienestar, fama, prestigio, cuando Ése los soliviantaba. Nunca entendí cómo lograba esas cosas... Todavía aparecen, aquí y allá, esa clase de insolentes animales religiosos. Es más: no desconozco que cuando se juntan en torno al Inicuo Prosélito, para el fin que sea, están más cerca de aquellos arrebatos antiguos y estúpidos, que habré de aplastar. Pero estoy tranquilo, pues hace mucho que no hacen más que juntarse para contar cuántos son. Les interesa demasiado lo que se diga de ellos y sentirse bien... ¡Son tan presumidos! Con ver sus propios nombres escritos por otros entran en éxtasis. Un par de elogios y ya se consideran “héroes”, “cruzados”. Yo sumo mi aplauso. Descansadamente engroso mi piara día a día.

Tu información es imprecisa: el sector B-1, que los nativos dieron en llamar Argentina, poco trabajo me da. Sigue en manos de una yunta verdaderamente endiablada, un hallazgo, unos aprendices humanoides de primer nivel. Los postulo desde ya como domésticos de Cerbero. Es cierto que hubo momentos en los que me vi obligado a extremar recaudos ahí, ¿recuerdas? De vez en cuando aparecían algunos bípedos... la calaña de pensadores, guerreros, curas, poetas que trataban de empujar a los demás para el lado del Innombrable. Me dieron trabajo esos episodios, lo admito, pero dime tú si fallé en mi tarea: ¿cuántos son los que recuerdan esas voces pestíferas? Es uno de los órganos que manipulo a mi antojo: la memoria. Generación por generación, los fui secando como esponja al sol.

Aguardo tu reconocimiento, después de tus reproches. ¿No crees que hacerles ignorar la herencia dio mejores resultados que combatirla, difamarla o arrebatarla? Ahí está, inútil y olvidada, su maldita herencia. Una y otra vez tuve que volver al trabajo, hasta que terminé de desgarrar lo que trajeron aquellos ridículos barquitos. Les inyecté devociones lacrimógenas sobre supuestos ancestros salvajes, los convertí a la religión del voto, los domestiqué en la libertad cómoda de cualquier tipo, religiosa, política, moral. Valió la pena. ¿Cuánto crees que me llevó legalizar el vínculo de los invertidos y ganarme a varios de sus clérigos para mi causa? Sin que lo sepan, claro, porque declaran nuestra inexistencia. Es lo que te digo: todo lo absorbo.

Mis anteriores experiencias en los demás sectores de este globo repugnante quedaron debidamente anotadas. Fue muy larga la lucha contra los insolentes que se mofaban de las derrotas y seguían resistiendo. Los vencíamos hasta con dolor y estrépito, igual que a su nefasto Comandante... ¡mostraban la misma convicción que en la victoria! Me llevó muchos siglos terrestres atenuar su recuerdo. Eso fue lo peor, y sólo recientemente pude lograrlo casi por completo, haciendo que nuestros asociados reescriban la historia y conviertan sus andanzas en leyenda negra. Pido a Nuestro Padre –todos los días terrestres hago azufrar sus altares– que estas criaturitas ostentosas no recuperen nunca más aquella gravedad de los que se llamaban como su jefe para crucificarse como él, y cuanto más lo nombraban, más se crucificaban... ¡Qué obsesión, por Satán! Los cerdos desdeñaban al mundo, desconfiaban de sus placeres, eran más consistentes, sabían de nosotros, se nos resistían. No abandonaban la manía de ordenarse de modo simple y de mantener atado al cosmos ese orden suyo elemental e inferior. ¡Qué frenesí me sacudía, qué ganas de aplastarlos como insectos cuando los veía felices y pagados de sí con sus casitas, sus labores, sus amistades, sus amores duraderos y repugnantes, sus crías y sus tugurios religiosos impenetrables para mí! ¡Cómo odiaba sus fiestas, sus silencios, sus campanas, sus risas!

¿Dices que Nuestro Padre creó el correo electrónico? Mira tú, yo pensé que había sido uno de esos técnicos abstraídos culo de botella... No me vengas con ésas, conozco tus apremios. Dijiste lo mismo cuando el herrero germano inventó la máquina para trazar voces sobre múltiples papeles. Buen uso dimos de ella, pero siempre nos aventajaban. Son herramientas, no trates de confundirme. Las seguiré empleando, claro, y si bien es cierto que en esta ocasión los insectos se pusieron muy cerca de mi territorio, eso mismo acarrea sus riesgos para mí, pues cuando logran salir de su fatiga y son capaces de darle sentido a lo que piensan, producen cosas peligrosas, se reduce el número de incautos y me sacan ronchas. Para decirlo de otro modo: si bien has decidido hacerme llegar tus vehementes consideraciones con un teclazo súbito, el mismo que utilizaré en breve para despacharte la presente, velozmente nuestro intercambio se hará extensivo a estas bestias, despertándoles viejos temores y poniéndolas tal vez sobre aviso. ¡Mira la utilidad diabólica! Pero eres tú quien dio el primer paso en esta ocasión; yo nada más repito el procedimiento para demostrarle a nuestro Padre que otra vez has abierto tus fauces en forma precipitada.

Sea escribiendo o hablando, lo que me interesa es que estos cerditos mantengan una preocupación constante por la organización. Que colapsen sus ínfimos cerebros armando organigramas, jerarquías, estructuras, fechas y planes. Que no se les vuelva a dar por las proclamas simples y elevadas o por idioteces como la poesía y todo su maldito arte; o peor, por las palabras densas de sus profecías y de los libros capitales de su asquerosa religión, que no termino de calibrar ni entender. Prefiero que se aturullen con toneladas de encuestas, cláusulas, porcentajes y un infierno de objetivos y vanas disyuntivas. La esterilidad queda asegurada cuando acciones y metodologías se extienden como una infinita fila de hormigas. Pues que escriban, ¡que escriban y hablen incansablemente! Es fácil comprobar el resultado: este mismo despacho correrá vertiginosamente hacia atrás y nadie recordará siquiera que alguna vez existió.

En eso estamos completamente de acuerdo, exquisito tío: se ponen solos en apuros, sin mi colaboración. Claro que siempre tendré a mano unos cuantos de los que se ponen a hablar cuando debieran escuchar, o a escribir cuando debieran leer. A esos les abro el escenario. ¡Cómo les gusta oír su propia voz! No son de los nuestros, pero su vanidad siempre me resulta útil. Los demás, bueno, seguirán creyendo que sólo me sirvo de mis secuaces. Que hablen todos a la vez, que se atropellen, que murmuren unos de otros, que las mujeres cotorreen y los solemnes se atraganten, que se consuman en su propia impotencia, que nadie se ría, que se miren de reojo. Querrán salirse de su propia hojarasca y se hundirán en el aserradero de esos vejestorios púrpura con los que se sienten obligados. Ya incitaré yo a esas ovejas a la deriva para que compitan entre ellas a ver cuál es la más blanca.

En cuanto a tu preocupación por eso de la “familia” y la “vida”... Vamos por partes. En principio, los abortados me importan poco y nada. El maldito viejo blanco se dio cuenta de que no se quedan a mitad de camino y ahora todos saben que esas miríadas marchan a la casa del Otro (es una lástima que ninguno de esos bocaditos forme parte de los banquetes de nuestro Reino). Sin embargo, la ganancia no es escasa, pues por cada una de esas muertes yo me gano varias vidas –la comisión que me corresponde, claro– para alfombrar las escalinatas de mi palacio futuro. No la vida de las excrecencias prolijamente extirpadas y mutiladas, que lo único que pierden es su calendario físico, sino la de las bestias productoras, de los técnicos, de los amigos, de los defensores, de los parientes. A mí me importan los que siguen acá, en esos me concentro. Son muchos más que un solo pedacito de carne fresca. Cuya desaparición, como sabrás, si bien representa para mí un placer menor, calma mis ansias de arrasarlo todo.

Que levanten ahora banderas por la familia y el orden natural ha llegado a fastidiarme un poco, pero fui precavido y aproveché todo el tiempo de su larga siesta para fortificar a mis asociados y promocionar una buena selección de idiotas y perversos bajo mi mando. Ahora estos “cruzados” tendrán que librar batallas inútiles en cien frentes distintos. Acostumbrados como están a organizar asambleas, a juntarse para hablar y cosechar papeles, a escandalizarse mil veces por los mismos datos, a dejarse llevar los hombres por emociones propias de mujeres y pretender las mujeres los oficios de los hombres, les robaré también el tiempo futuro. Cuando salgan por las puertas de sus casas a “combatir” en sus reuniones, sus petitorios y sus aglomeraciones, me colaré por sus ventanas, los aplastaré con impuestos y necesidades superfluas, les robaré el descanso, aumentaré la resistencia de los objetos inanimados, les esconderé los catecismos, ensuciaré sus inclinaciones, daré vuelta las páginas de sus diarios.

Mientras, susurraré en los oídos de sus hijos, los congregaré en amistades desgraciadas, les confundiré la vocación, los enfrentaré entre sí, les impondré el tedio, los volveré insensatos, encenderé todas sus pantallas. Combinaré los ritmos más bestiales con arpegios disonantes y les incrustaré ese ruido en el alma; les haré beber de todos los cuencos hasta quemarles la lengua; arrastraré sus yemas en pulsaciones infinitas, les agarrotaré los dedos, haré inútiles sus manos. Perderán el habla y la imaginación. Los cegaré, enloqueceré la brújula de sus mentes, les quebraré los sentidos. Escribiré en los pizarrones, haré prevalecer los números, inventaré dorados mundos aborígenes, confundiré la primera luz con la noche de los tiempos y les dibujaré una danza de simios. Crecerán maltrechos, camuflarán su desazón con distracciones y rellenarán su vacío con sueños materiales. Proclamarán el bien, confundirán los bienes. Patinarán sobre fábulas de amor, oscurecerán el lecho, el temor acechará la ilusión de la prole.

Cercenaré todos los tentáculos de su religión, les tapiaré los caminos, demoleré sus recursos. No tendrán más alternativa que arengarse entre ellos, confeccionar libros de fotos y navegar por multitud de reuniones para convencer a un par de viejas. A los que hayan colaborado con nuestro enemigo acérrimo en algo, por mínimo que fuera, los despacharé tras su muerte a la desmemoria colectiva: obras y vidas quedarán reducidas al círculo exangüe de las babosas íntimas. Caminaré al lado de sus sacerdotes por las veredas, los entrenaré como directores espirituales, les soplaré sentimientos de paz, de concordia mundana, de liberación de las angustias. Limaré todas las diferencias, las acostaré. Lloverán sobre sus parroquias colores y canciones como chillidos, preocupaciones vanas, recetas morales, cálculos partidarios. Quemaré sus lámparas. Comerán con las manos.

Recorrerán cuadras, ciudades, océanos, para dar testimonio de sus creencias, sintiéndose siempre ajenos en su propio lugar. Concebirán cada batalla como si fuera la guerra, perderán la visión general. Les costará recordar el principio, el final y los motivos de cada paso que den. Escaparán de la luna y los acosaré bajo el sol. En ninguna encrucijada sabrán quién puso ahí ese otro camino atravesado y volverán a gastar su tiempo discutiendo cuál es el correcto. Exhaustos, dejarán de asistir a las reuniones pro-familia por problemas familiares. Se desalentarán, se desesperarán, se acusarán. El único descanso que les permitiré será el de la negociación. Y si logran reponerse los volveré a zamarrear hasta agobiarlos. ¡Les voy a sorber el jugo, los voy a secar!

Para algunos dispondré una estéril soberbia erudita y los llevaré a adorar los medios de la adoración. Para otros perfeccionaré ¡ya lo verás! caminos blandos hacia una religión destartalada. Se repelirán entre sí, no sabrán dónde es arriba y dónde es abajo, cuál la izquierda o la derecha, y es una de mis jugadas predilectas, cuando los sensibles repugnan a los toscos y los fuertes ahuyentan a los débiles. Pero ni aún así daré el golpe fatal: les pondré oasis dispersos y los ayudaré a llegar. Unos por aquí y otros por allá, cada uno en su charco, creerán que el camino fue muy duro y que se merecieron el paraíso. Sedientos y envanecidos, ya no querrán ver el desierto interminable que les construí alrededor, como homenaje a la incompleta tarea de nuestro Padre. Los abandonaré a su ensoñación y olvidarán que a este mundo lo hice mío.

Sus oficinas centrales ya están en manos de mis asociados y colaboradores. Todas, hasta la última. También me pertenece el diseño general de sus ridículos hormigueros encimados. El modelo entero de este mundo es un tapiz que fui tejiendo con guantes de acero o terciopelo a lo largo de todas sus edades. Ellos mueren y desaparecen, yo me quedo. No me canso, continúo mi obra cuando retozan y cuando duermen. Mi poder es inimaginable para ellos, y cuento con que lo ignoran o lo desmerecen, igual que abajan a su propia medida el poder de su infame Capitán. Muy pocos son los que perciben o se atreven a recorrer los angostos caminos que les quedan para vivir y respirar. Esas zonas que no logro penetrar son un dilema para mí, lo reconozco, y a veces se extiende hasta sus roñosas taperas individuales el brillo cegador de los fuegos que he prohibido, pero a todos los tengo bajo asedio, cercados con indestructible hierro carmesí, y la vigilancia de mis tropas no cesa. Nunca.

¡Y tú, viejo fatuo, te atreves a llamarme demonio bobo! Te has vuelto un cortesano obseso y corto de miras. Pero te encomiendo a la Suprema Oscuridad, envidiable Escrutopo, para que la penumbra y la pasividad no te impidan comprender la estrategia de mi guerra y mi apetito. Lo que yo me propongo es que la vida terrestre se mantenga en estas condiciones. Deseo establecer acá un imperio duradero, para provecho de nuestra Casa. ¡Estoy dispuesto incluso a ayudarlos para que regulen sus crímenes, sus matanzas, sus abortos, a fin de conservar en este frigorífico una cantidad sustentable de reses!

Con esa motivación, y dando por descontado que ya logré disuadirte de tu crítica pueril, me parece conveniente ahora, en el final del informe, extender este punto en particular hacia otro tema.

Desde que el Ladrón se coló en esta órbita, los peores de nuestros enemigos insisten en un hecho futuro cuyas vicisitudes y consecuencias desearía debatir contigo. ¿Qué hay de cierto en eso de que nuestro Rey Magnífico ya está amasándose un Hijo terreno para que gobierne esta esfera en Su Nombre? Si es así, te sugiero que aproveches tu lugar en la corte y le aconsejes que demore su proyecto. Pues dicen estos malditos que cuando venga el Hijo de Nuestro Señor vendrá también, detrás de Él, el ignominioso Carpintero a tratar de fastidiarnos nuevamente. Te invito entonces, apetitoso tío, a que pensemos alguna otra alternativa para presentar ante el Trono de la Oscuridad. ¿Qué podemos perder?

Así como están las cosas en este chiquero, puedo manejarlo sin sobresaltos. Pero si estas bestias deciden volver a sostener sus vidas en esa esperanza imbécil del fin y del retorno, las cosas cambiarán para mí. Para nosotros. Si ellos vuelven a concebir cada derrota como un paso más hacia la victoria, nosotros tal vez nos acercaremos a una última victoria pasajera y, a la vez, a una derrota fulminante. Eso es lo que decían antes y es lo que se escucha otra vez. No importa que no sea cierto: si vuelven a creer en eso, nosotros tendremos que volver a combatir. Si escapan al ensimismamiento, si se ponen por encima de la vanagloria, si pierden interés por lo que les resulte en el mundo, si se sacuden la acedia, deberemos armar y organizar nuestras milicias para la batalla. Se acabó la holganza.

Lo último que necesitamos es que estas apestosas criaturas se despabilen y se mantengan en vela, que carguen nuevamente sus signos de pestilente contenido, que comiencen a limpiar sus templos y a purificar sus estúpidas ceremonias, que invoquen con fe el odiado nombre, que la fe les devuelva un fervor más sólido y austero, que aprendan a respetarse, a superar sus ridículas divisiones (un buen eón de desvelos me llevó esta tarea), que recuperen inteligencia y se hagan más resistentes. ¡Cuánto terreno perdido si, encima, comienzan a disminuir sus apetitos, celos y ansiedades, y aumenta su confianza en la fingida corona de Ésa que incubó al nazareno!... Llevas razón en este punto, aunque olvidas mencionar algo: también la hebrea permanece fuera de nuestra vista. No podemos saber cómo y cuándo se les acerca para cooperar con ellos. Tampoco me queda claro de qué poder se cree investida, pero a mis oídos llegó el rumor de que nuestros viejos camaradas le obedecen, y por lo que recuerdo de Mikael, traidor entre traidores... No es fácil lo que nos espera si todo esto se da vuelta.

Mi muy observante tío Escrutopo, por quien siempre se me hace agua la boca, te insto a que apliques toda tu labia para convencer a nuestro Fastuoso Señor de lo conveniente que resulta avanzar sobre estas odiosas criaturas con una economía de perdición más regulada. Frenemos nuestro entusiasmo, dejemos dormir a sus sapitos en las cunas. Por las dudas. Gobernar más o menos civilizadamente nos está dando buenos resultados.

Si logras permanecer a solas con el Excelso durante un rato, saca a relucir esa obsequiosidad que te caracteriza y pregúntale si consideró la posibilidad de que redoblemos nuestro esfuerzo para que esta prosaica vida humana se alargue eternamente. Este informe puede servir a tu argumentación, suponiendo que has logrado calcular la abundancia de la cosecha. Pero no digas más. Ni le menciones la leyenda del retorno del Usurpador, porque la masa de su odio desbordaría las paredes de nuestras ciudades y fortalezas y quedaríamos todos expuestos. Haz lo que te pido, o harás más sabrosa mi venganza cuando nos reencontremos.

Espero hayas comprendido que no es necesario inquietarse por los encuentros de las criaturas del sector B-1, ni debes por eso abandonar tu mirador. Tomaré de mi servidumbre un par de esbirros para que cumplan allí alguna ronda de guardia. Por las dudas.

Tu sobrino Orugario

sábado, 7 de agosto de 2010

Pequeños paganos


Quiero proponer a los amigos del blog una cuestión que no tengo aún resuelta. Me ocurre algo que seguramente le ocurrirá muchos de Uds.: tengo un ahijado que está entrando en su adolescencia, y soy consciente del deber que poseo en cuanto a su formación cristiana, particularmente en esa edad tan sensible que marcará, probablemente, el resto de su vida. Sus padres son católicos, más o menos nominales, pero totalmente incorporados al mundo. Concurre a un colegio religioso, hizo su primera comunión y dentro de algunos meses recibirá la confirmación pero no va a misa los domingos, no creo que rece y, mucho menos, que conozca los principios básico del catecismo.
¿Qué hacer?, es la pregunta que me hago. Mi duda surge cuando considero la posibilidad de insistirle, por ejemplo, que vaya a misa los domingos o que se integre a algún grupo de jóvenes religiosos.
Pero -me digo-, ¿hasta qué punto es conveniente que se introduzca en la religión falsa que presentan las parroquias y los colegios religiosos de la actualidad? Él no está condiciones, por varios motivos, de discernir a qué misa ir y que es lo erróneo que le enseñan. Entonces, empujarlo hacia las instituciones que nos provee la iglesia de Bergoglio, o de Ñañez o de Arancibia, me produce un problema de conciencia. Es casi como empujarlo al error y más vale, entonces, que permanezca en una religiosidad natural.
La situación es análoga a la que se produciría si, por ejemplo, asumiera un gobierno clerical y se le ocurriera implantar la enseñanza religiosa en los colegios del Estado. Ciertamente, yo me opondría. Es mejor que los niños conserven, hasta donde puedan, los restos de religiosidad genuina que le transmite su madre y su abuela, a que lo destrocen los catecismos y la doctrina católica bergogliana. Dense una vueltita nomás por este sitio, y acordarán con lo que digo: http://www.pastoralfamiliar.org.ar/
A veces, pienso, entonces, que más conviene incentivar en mi ahijado en las buenas lecturas naturales, como Lewis, Tolkien y otros por el estilo; que mantenga durante su adolescencia ese estrato de religiosidad y buen sentido natural, y cuando sea más grande, se verá.
En definitiva, más conviene que sea un pequeño pagano que un postcristiano.

(En El Arcón, nuevos archivos con obras de Bouyer -gracias Theseus!- y otros textos interesantes)

miércoles, 4 de agosto de 2010

Una reseña y algunos avisos


Jack Tollers me ha enviado una reseña un valioso libro sobre Hilaire Belloc recientemente publicado por Vórtice. Aquí va para entusiasmarnos con su lectura.
Y algunos avisos:
1) Una interesante iniciativa de algunos jóvenes a fin de promover la misa tradicional. Los interesados pueden visitar estos sitios: web: http://www.juventutem.com.ar/
2) El próximo sábado, Dios mediante, actualizaré el Arcón de los archivos con nuevo, abundante y variado material.

(By the way, en la foto y por orden: Bernard Shaw, Hilaire Belloc y G. K. Chesterton)

El género biográfico se popularizó en el siglo XIX en Europa, sobre todo en Francia e Inglaterra, para luego divulgarse por el mundo entero. En efecto, una rápida compulsa mostrará que en los dos últimos siglos se cuentan por millares los libros dedicados a reconstruir la vida y obra de personajes célebres e ignotos, santos y villanos, artistas y deportistas, periodistas y políticos, médicos, historiadores, escritores, etc. Y no es mala cosa, como que una biografía bien escrita puede acercarse al milagro de una resurrección del biografiado, con lo que uno pasa a conocer al autor de lo que le interesa, y con eso, a conocer mejor lo que hizo, pensó, dijo, o escribió.

Además, una concatenación inteligente y ordenada de una cantidad de biografías sirven para escribir una historia viva de un lugar y un tiempo determinados. Yo, por ejemplo, tengo una treintena de biografías de personajes que convivieron en París en el año 1930―algunos se conocían entre sí, otros no―y nada como su concertada lectura para darse una idea de “l’air du temps”. Pensar que allí estaban, que eran contemporáneos, que algunos se conocieron y conversaron, aunque otros no: Clérrisac y Oscar Wilde, Belloc y Castellani, Josephine Baker y Stalin (creo), Bernanos y Maritain, Evelyn Waugh y Graham Greene, John Le Carré, Edith Piaf, Maurras, Thibon, Simone Weil, Bruckberger, Vladimir Volkoff, Serge Bulgakov, De Gaulle, Sartre y el cura de Toncquédec, Frank-Duquesne y René Guénon, por nombrar sólo algunos.

Como fuere, el asunto es que no hay como una buena biografía para introducirse al pensamiento o al arte de alguno. Ahora, hay que decir que en Francia se cultivó también un género menor que antecedió a la biografía propiamente dicha: “Notes pour servir a la mémoire de…” que son como apuntes sobre la personalidad del biografiado, sucesos y lances en torno a su persona que lo evocan vivamente. Algo así es el libro que nos ocupa, “una memoria” de J. B. Morton, cómo lo recuerda a Belloc: y es, anticipo, la mar de interesante. El autor fue amigo de Peter Belloc, uno de los hijos del famoso escritor, y como consecuencia de eso lo frecuentó durante casi 30 años (Peter murió en la Segunda Guerra y Morton pasó a ocupar un poco su lugar). Total que el autor de esta “Memoria” nos lleva a la casa de Belloc cuando los años ’30. Nos cuenta cómo era, qué se comía, de qué se conversaba, quiénes paraban, cómo era la familia, cómo se celebraba la Navidad, qué se tomaba, cuánto frío hacía y qué se cantaba en la mesa, antes, durante y después de comer. Describe la gran casa de Belloc, “King’s Land” en el condado de Sussex, los paseos a pie, las excursiones a la montaña, por toda Francia y España, las salidas en el famoso bote “El Nona” donde Belloc daba cátedra de navegación, de historia, de geografía, de astronomía, de religión, de matemática, artes culinarias, turismo, además de contar anécdotas de su infancia, del colegio de Newman, de Oxford, de su paso por el Parlamento Inglés, de sus lances como periodista, de sus desilusiones con tantos amigos, de sus fracasos y penas, de su viudez y de su aversión a los ricos…

Y cómo fueron sus últimos años, sus últimos días, sus últimas horas… (a veces pienso que la muerte de alguien a quien queremos mucho es tanto o más interesante que su vida. O que es, vaya puerilidad, una especie de síntesis. Espero no arruinar la película si les digo que Belloc afrontó la muerte con coraje).

No diré más―no hay lugar para más, y no hace falta. Es un libro pequeño, apenas doscientas páginas, primorosamente editado por Alejandro Bilyk, con abundantes fotos y a muy buen precio. Se consigue en la Editorial Vórtice, Hipólito Irigoyen 1970, T.E. 4952-8383.

¿Qué más? Bueno, que la traducción no es enteramente mala (corrigió Gruñón de Monfort).

Y si no me creen del todo, siempre pueden pispear el primer capítulo en: http://www.cuadernas.com.ar/retrato.php/hilaire_belloc

Valeas,

Jack Tollers.