miércoles, 14 de mayo de 2008

Ángel Salvat by Childerico


Childerico, un diletante y cuyano lector del blog, se hizo eco del pedido de algunos colegas, y me ha mandado una semblanza de don Ángel Salvat de quien yo sólo había escuchado su música.



Wanderer:
Me animo a escribirle esta breve reseña de don Ángel Salvat porque lo considero un deber de conciencia. En Salvat he visto, durante muchos años, a uno de los pocos TESTIGOS del Resucitado que aún quedan dando vueltas. Me parece que me salió sin darme cuenta la mejor definición que podría hacer de él: Testigo.
Me disculpará que esta semblanza sea más bien de carácter personal. La musical y literaria pueden sus lectores encontrarla en otra parte, y on mucho mejores que las mías. Por ejemplo, la de Liliana Pinciroli en: http://elblogdecabildo.blogspot.com/2008/02/crtica-literaria.html, y hasta podrán escuchar algunas de sus canciones en este vínculo: http://cruz-y-fierro.blogspot.com/2007/05/otra-de-don-angel-salvat.html
A Salvat lo conocí siendo niño, cuando en las noches golpeaba la puerta de mi casa, o la de mis tíos, acompañado de su guitarra y de sus libros. Se sentaba en la sala hablando con mis padres sobre la situación de la patria o de la iglesia, luego nos cantaba algunas de sus canciones, nos mostraba los últimos libros y revistas que había recibido -a veces comprábamos algunos- y también sus discos. Al irse, nos dejaba fotocopias de algún artículo de “Cabildo” o de algún texto de Castellani. Y así, tarde tras tarde, noche tras noche, recorría en su bicicleta con un cajoncito de madera en la parrilla donde colocaba sus libros envueltos en bolsas de supermercado, o en su destartalado 404 celeste metalizado, las calles de San Rafael, golpeando en casa de amigos o de simples conocidos, con el único y sublime afán de ser testigo de la verdad y del amor que él había descubierto.
Estudió ingeniería en La Plata. A mitad de su carrera se dio cuenta que los números y las medidas no eran lo de él. Pero ya era tarde: sus padres, que con sacrificio le pagaban sus estudios, no entenderían de filosofías o de músicas. Y así, cuando obtuvo su título, se instaló en San Rafael, y trabajó durante todas las mañanas de su vida en la Dirección General de Irrigación.
Casado con una dama española que jamás perdió la distinción ni el gracejo de su raza, se los veía diariamente en la misa de San Antonio de Padua, donde los franciscanos hacían inauditos experimentos litúrgicos; pero él, don Ángel, testimoniaba delante de todos su adhesión a la Tradición comulgando de rodillas.
Lo conocí más profundamente en mi adolescencia. Invitado por un profesor nacionalista, nos reuníamos en casa de Salvat todos los viernes. Eran los inicios de los ´80. Allí nos juntábamos un par de compañeros, que desertaron al poco tiempo, y algunos personajes mayores de antología: Amalia Bellitti, ideóloga de la revolución que el brigadier Capelini le hizo a Perón, Martirián Faura, fiscal y severo crítico musical, Francisco Navarro Hinojosa, ministro provincial durante el gobierno militar y, luego, co-fundador del Pais, fracasado proyecto político mendocino. Y allí Salvat nos hablaba de Castellani, Meinvielle, de Mons. Lefevbre y del progresismo, del peligro de Juan Pablo II y de Caponnetto.
Fue en esas reuniones donde le compré los libros de Castellani, “Los protocolos...”, números sueltos de “Jauja” y de “Cabildo”, y hasta la colección completa de la desopilante “Masonería” de Patricio McGuire. Salvat era un verdadero apóstol de la buena prensa.
Ángel Salvat fue siempre un defensor de la liturgia tradicional, en un pueblo de provincia desinteresado por cuestiones trascendentes. Y su defensa férrea provocó que siempre se lo considerara un “loco”. Fue particularmente testimonial en la peor época del progresismo, cuando en esta ciudad cuyana no habían más que algunos pocos curas mediocres, que seguían las modas episcopales del momento, sin demasiada maldad pero sin demasiada bondad tampoco.
A mediados de los ´80, ya sabemos, llegaron las ordas del IVE, y la primera estrategia fue obnubilar a los pueblerinos con sotanas y medios latines. Nos parecía que aquello que tanto habíamos esperado, finalmente, llegaba. Don Ángel comentaba: “Nunca creí que iba a ver esto”. El único que nos advertía del caballo de Troya kukú era el cura Fernando Yáñez (¡Qué buena idea sería escribir un post sobre él: chapeau P. Fernando!). Pero los orcos pronto mostraron quiénes eran: un petiso respondón determinó los grados de obediencia a la Santa Sede, y nos dejó fuera de la comunión católica; y un petiso que fungía de liturgista dictaminó las correspondencias entre usos y gustos de roquetes con puntilla, casullas guitarra y candelabros con el grado de mariconería, y nos dejó del lado de los de dudosa masculinidad, mientras el gran maestre sonreía con desprecio entre su calva y su barriga.
Vi por última vez a Salvat una calurosa mañana de enero de este año, en la misa tradicional que ha comenzado a celebrar una curita en la iglesia de San José. Allí estaba, con su rostro grave, junto a su esposa, como testimonio vivo de fidelidad. Porque, estimados lectores porteños, es bastante fácil ser fiel rodeados de amigos, con reuniones semanales en librerías detrás del Congreso, con rondas de whiskey los domingos en Bella Vista o con picadas y Rincón Famoso en La Gota de San Telmo. Pero no es fácil serlo en la soledad más espantosa: la soledad de vivir entre mediocres, la soledad de no tener con quien hablar, la soledad de vivir rodeado de grupos de católicos galvanizados por el clericalismo piadosón del sur mendocino, la soledad de la incultura y de los horizontes estrechos. Entonces, cada día que pasa se vive como un día menos de lucha, y hasta se desea que se apresure el fin, no sea que nos cansemos en el camino.
Y en soledad, Ángel Salvat fue el TESTIGO FIEL. Hasta el fin.


Childerico

5 comentarios:

  1. Muy buena descripción! pero una sola cosa el estar en Buenos Aires no significa que uno lo tenga todo servido en bandeja, no se olviden que se puede estar solo en la más grande multitud y eso pasa en mi porteña ciudad. Uno anda muchas veces vagando sin encontrar un verdadero hogar que nos recuerde a la patria celestial. Yo lo he encontrado, pero hasta entonces andube vagando y no fui la única.
    Por eso amigo de la provincia comprendo su soledad, pero sepa que aca hay algunos que tambien la comparten o la compartieron, que el camino a veces sinuoso de nuestra vida esta Marcado muchas veces para que esa Soledad sea en nuestra mayor conveniencia. Por eso animo! que si bien esta solo lo está entre unas montañas y paisaje que testimonian la maravillosa creación de Dios, creame la soledad entre grises edificios duele mas.

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  2. Perdón, una consulta, cuando habla de los "peligros de Juan Pablo II y de Caponnetto", se refiere a que Caponnetto también era un peligro o es una impresición en la redacción. En caso de ser lo primero, ¿podría aclararme en qué sentido? Simplemente para conocer más sobre el asunto.

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  3. Siempre me pregunte como podía ser que los kukús fuesen tan ciegos e incapaces de ver lo que estaban haciendo. Si uno es de afuera y le plantean los problemas, no dudo un segundo en que el total de las respuestas serían lo que uno llama anti-kukús. O simplemente gente. Bueno, no lo son. No son gente, lo kukus.

    Ahora, me encuentro leyendo La Nación (on-line) a las 2 y media de la mañana. Y, me doy cuenta de que los kukús, kukus, cucuses o como mas les guste son de la orda K. Imbéciles e inútiles buscadores del poder que no saben que buscan.

    ¿Cuál es el común entre ambos? A simple vista creo que ambos quieren sus subditos que les crean y por lo tanto les den poder, que le crean a K y que le crean al Padre B. Tanto K como B, me parecen dos tontuelos.

    ¿A que quiero llegar? Bueno, no lo se. Se me ocurrió esta analogía. ¿Está la Argentina librada a la suerte de estos giles? ¿Le depara a la Iglesia el mismo destino?

    ¿Qué nos depara a nosotros? Y no podemos hacer paro…

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  4. Childerico:

    Mis respetos.

    El vengador Kukú.

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  5. Se puede descargar el album en esta direccion:

    http://elchalchal.com.ar/angelsalvat.html

    Saludos.

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